Sólo hay algo que dé más miedo que un economista o un político: la simbiosis de ambos tratando de anticipar un futuro que sólo adivinan una vez que se ha convertido en pasado. Como el viejo hombre del tiempo al que nunca se le escapaba que estaba lloviendo, pero casi nunca acertaba lo que ocurriría mañana.
Desgraciadamente los economistas llevan una docena de años fallando más que la escopeta de una feria. Vendidos a esas casas de usura que se hacen llamar agencias de calificación, no han sabido ver que para haber evitado la crisis y para encontrar la salida de la misma, era mejor escuchar a cualquier ama de casa que hace números para llegar a fin de mes con menos que lo justo, que quedarse bizcos leyendo las teorías de Krugman, por mucho Premio Nobel que tenga.
Si tiraran al basurero, de donde jamás debieron salir, los libros de los gurús de la economía, sabrían que todo es mucho más sencillo. Que se trata de gastar lo que se tiene o un poco menos, y que lo contrario conduce hacia la ruina. Seguro que es crucial saber cuál es el valor del número e, pero para evitar que ahora estemos en una crisis global, habría sido mejor que advirtieran que no se puede seguir tirando de la deuda pública porque por muy larga y dura que sea la goma, a base de estirarla, un día se rompe. Es probable que eso no lo sepan porque cuando te acostumbras a que tu unidad de medida sea el millar de millones, preocuparse de las economías domésticas suena a problemas de unos pobres piojosos que se merecen sus males por no saber recitar de memoria los 163 primeros decimales del número pi.
Y lo peor de todo para quienes a base de apretarse el cinturón están a un agujero de la gangrena, es que el mal que no mejora, empeora. Y ni los economistas van a encontrar la fórmula para salir de la crisis, ni los políticos quieren ver que se han echado en brazos de unos especuladores que deciden el futuro de los países, con informes dirigidos por auditores a sueldo, para que salga el resultado que mejor les viene para que cuatro ganen dinero a costa de quienes se desangran.
Pronto, toda Europa estará en quiebra. Los países pobres porque no tendrán de dónde recortar. Y Alemania, porque tendrá que comerse las piezas de sus coches porque nadie los podrá comprar. Entonces llegará uno de los santones de la economía y dirá: “Como dije yo...”. Como dice el refrán: ‘Después de visto, todos listos’. O más llanamente: ‘A cojón visto, macho es’.