sábado, 23 de junio de 2012

A cojón visto, macho es


Sólo hay algo que dé más miedo que un economista o un político: la simbiosis de ambos tratando de anticipar un futuro que sólo adivinan una vez que se ha convertido en pasado. Como el viejo hombre del tiempo al que nunca se le escapaba que estaba lloviendo, pero casi nunca acertaba lo que ocurriría mañana.


Desgraciadamente los economistas llevan una docena de años fallando más que la escopeta de una feria. Vendidos a esas casas de usura que se hacen llamar agencias de calificación, no han sabido ver que para haber evitado la crisis y para encontrar la salida de la misma, era mejor escuchar a cualquier ama de casa que hace números para llegar a fin de mes con menos que lo justo, que quedarse bizcos leyendo las teorías de Krugman, por mucho Premio Nobel que tenga.


Si tiraran al basurero, de donde jamás debieron salir, los libros de los gurús de la economía, sabrían que todo es mucho más sencillo. Que se trata de gastar lo que se tiene o un poco menos, y que lo contrario conduce hacia la ruina. Seguro que es crucial saber cuál es el valor del número e, pero para evitar que ahora estemos en una crisis global, habría sido mejor que advirtieran que no se puede seguir tirando de la deuda pública porque por muy larga y dura que sea la goma, a base de estirarla, un día se rompe. Es probable que eso no lo sepan porque cuando te acostumbras a que tu unidad de medida sea el millar de millones, preocuparse de las economías domésticas suena a problemas de unos pobres piojosos que se merecen sus males por no saber recitar de memoria los 163 primeros decimales del número pi.

Y lo peor de todo para quienes a base de apretarse el cinturón están a un agujero de la gangrena, es que el mal que no mejora, empeora. Y ni los economistas van a encontrar la fórmula para salir de la crisis, ni los políticos quieren ver que se han echado en brazos de unos especuladores que deciden el futuro de los países, con informes dirigidos por auditores a sueldo, para que salga el resultado que mejor les viene para que cuatro ganen dinero a costa de quienes se desangran.

Pronto, toda Europa estará en quiebra. Los países pobres porque no tendrán de dónde recortar. Y Alemania, porque tendrá que comerse las piezas de sus coches porque nadie los podrá comprar. Entonces llegará uno de los santones de la economía y dirá: “Como dije yo...”. Como dice el refrán: ‘Después de visto, todos listos’. O más llanamente: ‘A cojón visto, macho es’.

sábado, 9 de junio de 2012

Merkel, póngame a los pies de su señor esposo


Hay que cerrar las minas. Díjolo Merkel, punto redondo. El resto, a obedecer. Las palabras de esa efigie de monja decimonónica son ley en una Europa descompuesta. Como el servil empleado que encarnaba López Vázquez en las películas españolas de los 50, cuando Merkel habla los ‘rajoys’ de Europa bajan la cabeza y contestan a una sola voz: “Un esclavo, un siervo, póngame a los pies de su señor esposo”.

Y las minas cerrarán. Quizás haya motivos para echarles un candado. Más que nada porque no queda muy claro adónde ha ido a parar todo el dinero que insufla desde tiempos inmemoriales el gobierno y que ha llenado más bolsillos que los de los mineros. Pero el detonante del cierre no debe ser la imposición de un país que está reabriendo sus explotaciones mineras.

¿En qué quedamos? ¿Son rentables o no lo son? ¿Acabaremos en unos años comprando carbón del valle del Ruhr? O andamos vivos o a última hora pasará como con los olivos, que después de decirnos lo malísimo que era el aceite de oliva y pagar por que arrancáramos los millones de olivos sobrantes, se demostró que el resto de productos oleaginosos estaban bien para engrasar los ejes de la carreta y que no nos llamen ‘abandonaos’ y para taponar las arterias de por vida, pero que para comer la buena era la otra, la que ya controlaban sin remedio los italianos porque un olivo tarda un siglo en dar fruto de calidad. O las vacas, que sobraban y luego los franceses colocaban su leche en los supermercados.

Quizás sobren minas, pero lo que de verdad sobra es el servilismo de los políticos. Y los leoneses no son una excepción. Faltan reacciones enérgicas y sobran poses fingidas, de ésas que lavan la cara, pero ensucian el alma por anteponer la cartera propia a los intereses ajenos. Cerrar las minas no sólo deja en la calle a miles de trabajadores. Eso pasa cada día en otros sectores y no se levantan millares voces para condenarlo. El problema de la minería es que los despidos quiebran comarcas enteras. Por ello, el cierre debe estar más motivado que por un bostezo de la presidenta alemana. Eliminar subvenciones está bien en tiempo de crisis, pero no sólo en la mina. Que se deje de financiar aeropuertos con dinero público, y películas, y deporte, y cientos de museos absurdos, y los plataneros del ministro que el alcalde de Toreno renombró para los restos como ‘el tontolculo’... y todas las subvenciones. Todas. No sólo las que pida el reverso tenebroso de la lujuria.