No le deis más vueltas. A esta civilización le quedan horas. No hay futuro. Ayer lo vi claro. Dos de la tarde. Cuatro rudos obreros de la construcción, de los pocos que resisten en un sector en crisis por culpa de los estafadores del ladrillo que han hundido a este país, están en su hora de la comida. Sentados en una terraza disfrutan de los primeros rayos del sol de una primavera que deja ver las primeras minifaldas, y el color rojo en una piel oculta hasta hace unos días bajo media docena de capas de ropa.
Mediodía soleado. Por la acera se acerca una rubia despampanante que camina decidida en dirección a ellos. Los cuatro ocupan la acera. A la rubia no le queda más remedio que sortearlos contoneando unas caderas que quedan a la altura de las caras de esos aspirantes a encofrador para cuando repunte el sector, pero que ahora sobreviven ocupados en obras de menor calado.
Es una situación de manual de 1º de albañil. Estaba esperando una frase del tipo: “Te voy a comer entera y me voy a coser el culo para tenerte conmigo para siempre”. Un piropo con gusto, una perla de andamio... una animalada típicamente española.
Pero no. Justo en el instante que la exuberante rubia estaba equidistante de los cuatro, cada uno de ellos, con la vista fija en sus teléfonos móviles, empezó a hablar. “Mierda de gelatina, no hay Dios que acabe con ella”, dijo uno. “Joder, a mí siempre me queda una cereza sin bajar”, contestó el de enfrente sin mirarlo. “Puto, Candy Crush”, remató el tercero. Pero el que dio con la clave del todo fue el cuarto: “No me quedan vidas”.
Gran verdad. No nos quedan vidas. ¿Y la rubia? Al final de la calle, con los cascos aislándola del mundo y a punto de morir bajo las ruedas de un coche mientras cruzaba la calle mandando un whatsapp. Al conductor sí consiguió excitarlo. Lo sé porque le gritaba iracundo no sé qué de su señora madre.
No hay vuelta atrás. Ya está cercano el día que descubramos que la manzana que le cayó a Newton en la cabeza era, en realidad, un iPhone. Una serendipia, sin duda. La manzana, la gelatina, la rubia, el whatsapp... Son las señales que anuncian el Apocalipsis. Fernando Arrabal no quería hablar de él aquel día que un golpe de calor le cortó la digestión en el programa de Sánchez Dragó, pero su llegada es inminente. El peligro no era el Mileniarismo. Lo que va a llegar es el Apocalipsis. Quizás ya está aquí. Y a mí me va a pillar sin haber conseguido encontrar mi tableta debajo de la grasa.