Y las minas cerrarán. Quizás haya motivos para echarles un candado. Más que nada porque no queda muy claro adónde ha ido a parar todo el dinero que insufla desde tiempos inmemoriales el gobierno y que ha llenado más bolsillos que los de los mineros. Pero el detonante del cierre no debe ser la imposición de un país que está reabriendo sus explotaciones mineras.
¿En qué quedamos? ¿Son rentables o no lo son? ¿Acabaremos en unos años comprando carbón del valle del Ruhr? O andamos vivos o a última hora pasará como con los olivos, que después de decirnos lo malísimo que era el aceite de oliva y pagar por que arrancáramos los millones de olivos sobrantes, se demostró que el resto de productos oleaginosos estaban bien para engrasar los ejes de la carreta y que no nos llamen ‘abandonaos’ y para taponar las arterias de por vida, pero que para comer la buena era la otra, la que ya controlaban sin remedio los italianos porque un olivo tarda un siglo en dar fruto de calidad. O las vacas, que sobraban y luego los franceses colocaban su leche en los supermercados.
Quizás sobren minas, pero lo que de verdad sobra es el servilismo de los políticos. Y los leoneses no son una excepción. Faltan reacciones enérgicas y sobran poses fingidas, de ésas que lavan la cara, pero ensucian el alma por anteponer la cartera propia a los intereses ajenos. Cerrar las minas no sólo deja en la calle a miles de trabajadores. Eso pasa cada día en otros sectores y no se levantan millares voces para condenarlo. El problema de la minería es que los despidos quiebran comarcas enteras. Por ello, el cierre debe estar más motivado que por un bostezo de la presidenta alemana. Eliminar subvenciones está bien en tiempo de crisis, pero no sólo en la mina. Que se deje de financiar aeropuertos con dinero público, y películas, y deporte, y cientos de museos absurdos, y los plataneros del ministro que el alcalde de Toreno renombró para los restos como ‘el tontolculo’... y todas las subvenciones. Todas. No sólo las que pida el reverso tenebroso de la lujuria.
1 comentario:
La pena son los mineros. Los desgraciados de los dueños se llenan la boca de historias solidarias cuando son unos putos negreros y los primeros interesados en pillar ayudas.
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