Recuerdo cuando existía la libertad de prensa. No fue hace mucho. Eran tiempos en los que un humo denso cubría las redacciones; entre página y página se hacía una pausa para tomar un par de cubalibres; se cerraban las ediciones a las tres de la mañana sin que nadie considerara un menosprecio que alguien convocara una rueda de prensa a las nueve de la noche; y podías arriesgarte a sacar a la luz una noticia, aunque no fuera políticamente correcta ni estuviera santificada por el cacique de turno, porque sabías que tu jefe y hasta tu director jamás te iban a dejar con el culo al aire
Lo recuerdo bien. Eran años en los que no había teléfonos móviles, pero se encontraba a todo el mundo, aunque para ello hubiera que llamar a media docena de bares; un tiempo en el que Internet sólo era algo que sonaba muy lejano y, aunque no existía Wikipedia, siempre había alguien que era capaz de encontrar en una enciclopedia o en su memoria el dato que hacía falta. Era un escenario sin megalíticos gabinetes de prensa que impusieran de qué y cuándo había que informar; años, en fin, en los que los políticos aún contestaban preguntas después de sus conferencias de prensa y los periodistas hacían guardia durante horas en una puerta, esperando que acabara la reunión del mismo consejo de administración del que ahora se recaba información con una llamada al pelota de turno, que cuenta lo que quieren que cuente quienes alimentan su estómago agradecido.
Qué tiempos. Los recuerdo y se me saltan las lágrimas. Todo aquello ya es historia. La libertad de prensa murió aplastada por toneladas de ladrillo y hormigón que invadieron los despachos más nobles, y por la dejadez de los propios periodistas, que se dejaron seducir por un hoy mejor sin ver que detrás había un mañana demasiado incierto. Aquel declive de la libertad de prensa empezó cuando los mismos ladrilleros que han hundido este país decidieron que necesitaban un vehículo para cantar sus glorias y compraron medios de comunicación a golpe de un talonario que entonces parecía tan infinito como lo eran su soberbia y su estulticia.
Los políticos vieron abiertas las puertas del cielo camino del paraíso soñado: periódicos, televisiones y radios que glosaran sus virtudes y cerraran los ojos a sus defectos. Las subvenciones se convirtieron en la coartada perfecta para que la omertá presidiera las reuniones de redacción. Empresarios y políticos se hacían rehenes los unos de los otros, sin importarles entrar en una espiral infinita, creadores de un enorme agujero negro que se estaba tragando uno de los pilares de la democracia. Con los medios comprados, sólo era cuestión de montar un entramado que lograra hacer realidad su sueño de dar forma a un pensamiento único. Los gabinetes de prensa crecieron hasta el infinito con la misma velocidad que menguaba el tamaño de unas redacciones en las que se cambiaba impunemente a media docena de redactores por un director general que casi siempre era el más torpe de cada casa.
Las notas de prensa de los gabinetes se convirtieron en palabra de un dios menor, pero plenipotenciario; y el 'corta y pega' pasó a ser el primer mandamiento del periodista que olvidaba la máxima ineludible de contrastar la información. Hasta se aceptó que el político de turno leyera una nota sin permitir que nadie le pregunte por qué es tan chorizo... y sin que nadie se diera cuenta cuándo, había ocurrido el deceso. La libertad de prensa había muerto.
Creo firmemente en el devenir cíclico de la historia y en la catarsis como única vía para el renacimiento. Quizás esta misma crisis que ahora está ahogándonos sirva para recuperar el sentido crítico. Sin dinero, las instituciones no podrán seguir subvencionando a los medios de comunicación. Sin subvenciones morirá el chantaje. Curiosa paradoja, quizás la pobreza nos haga libres.
Hoy es el día de la libertad de prensa y por eso he querido estrenar mi blog en la seguridad de que la red será el último refugio de la libertad de contar la verdad a la vuelta de muy pocos años, quizás menos los que separan las aseadas redacciones de hoy en día de aquellas de humo denso y olor a la cebolla de la hamburguesa que alimentaba las barrigas cerveceras de los redactores a medianoche.
Siempre podré presumir de que yo habité una de aquellas redacciones en las que las distancias se medían en cíceros y la duración de la jornada laboral en cervezas o cubalibres. Siempre podré contar que yo le saqué los colores a un político o que hice guardia media noche de invierno a la puerta de una reunión sin demasiada enjundia. Pero de lo que me gustaría presumir dentro de muchos años es de que la libertad de prensa ha resucitado.
7 comentarios:
Guauuuu que pasada un blog de mi periodista favorito, sere tu fiel seguidora, nadie se expresa como tu ,es una gozada leer tus articulos.
Vaya. También se me saltan las lágrimas. Yo también pude vivir esos días. Quizá por eso los echo tanto de menos. Me gusta cómo piensas. Me gusta cómo escribes.
Un placer seguir tus entradas, una delicia leerte y un orgullo compartirlo.
Como siempre: Amén!!!!
Un abrazo
Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor...y en el mundo de la prensa veo que eso también es verdad.
Un abrazo.
Lo peor es que esos defectos se perpetúan de otra forma. Trabajamos juntos en aquellos tiempos de la vieja Crónica, y en la macrosala -nunca la antigua narcosala- que inauguramos y hoy languidece casi vacía. Realmente pocas veces hubo jefes implicados, sólo supervivientes. Un cargo les maniataba y sus decisiones estaban sesgadas por el miedo propio a ahogarse.
Como periodista, la precariedad la marcanos nosotros, la metodología de trabajo que se sostiene aún, fue nuestra. Y, lo peor, es que no nos sentimos culpables. ¿Cuánto manguán aqún queda en León -tú sabes que no lo veo de lejos- aferrado a doctrinas peloteras?
Desgraciadamente tú, aún en la distancia, fuiste el primer jefe con principios. Y no lo digo por peloteo, aunque seas mi amigo. De no ser así, recordemos los tiempos pasados, que no mejores.
Cesar :En todos los lados cuecen habas, y por lo que leo no se si son las mismas habas, pero si los mismos cocineros con las mismas recetas, gracias por ilustrarnos durante estos 22 años y los que nos quedan
Mucho ánimo César. Saldréis adelante aunque ahora las cosas se vean más negras que nunca.
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